Un Mundo Sin Fin - Ken Follet
- librosylibrosvalla
- 20 jul
- 2 Min. de lectura
Sumergirse en Un mundo sin fin es viajar a una época donde la vida pendía de un hilo: entre la fe y la superstición, el amor y la ambición, la peste y la esperanza. Kingsbridge, el escenario que cautivó en Los pilares de la tierra, resurge dos siglos después con nuevas voces que gritan al lector desde las páginas. La historia arranca con cuatro niños en un bosque, un secreto y un juramento que marcará sus destinos como cicatrices en la piel. Follett no solo construye catedrales de palabras, sino que teje una red de emociones humanas tan frágiles como resistentes.
Caris, la protagonista, es un soplo de aire fresco en un mundo ahogado por el dogma. Su lucha por ser médica en una sociedad que veía a las mujeres como meras sombras de los hombres. Junto a ella, Merthin, el arquitecto genial pero incomprendido, y Gwenda, la campesina que desafía su destino con uñas y dientes, encarnan esa chispa de rebeldía que ilumina las páginas más oscuras de la novela. Y luego está Ralph, el villano que demuestra que el verdadero horror no son los monstruos, sino los seres humanos sedientos de poder.
La Peste Negra llega como un personaje más, arrasando con todo a su paso. Follett describe el miedo, el caos y la podredumbre con una crudeza que eriza la piel. Las calles de Kingsbridge se llenan de muertos, las familias se rompen y la Iglesia pierde su aura de invencibilidad. En medio del desastre, la novela plantea preguntas incómodas: ¿qué queda de la humanidad cuando la muerte acecha en cada esquina? ¿Cómo se mantiene la fe cuando Dios parece haberse olvidado de su creación?
No todo es tragedia. Entre tanta oscuridad, hay lugar para el amor, la amistad y la redención. La relación entre Caris y Merthin late con una intensidad que trasciende las páginas, mientras que los avances en la construcción del puente simbolizan esa lucha eterna del ser humano por dejar una huella en el mundo. Follett juega con los tiempos, acelerando y frenando la narración, como si el propio lector estuviera envejeciendo junto a los personajes.

Cerrar Un mundo sin fin deja la sensación de haber vivido una vida ajena. Los personajes se quedan rondando la mente como fantasmas de un pasado que nunca existió, pero que duele como si fuera real.
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