Hermosas Criaturas - Kami García&Margaret Stohl
- librosylibrosvalla
- 22 jun
- 2 Min. de lectura
No fue el hechizo ancestral ni la maldición de los Casters lo que quebró a Lena Duchannes. Fue el lápiz de Ethan.
El mismo que rodaba sobre su cuaderno de inglés en el primer día de clase, trazando letras torpes mientras ella fingía no mirarlo. Ahora yacía inmóvil en el borde de la mesa de la cocina de Ravenwood, junto a un plato de galletas que nadie comería. La punta gastada, la goma de borrar marcada por los dientes de él. Objetos mínimos que ahora eran reliquias de un mundo donde el tiempo aún tenía sentido.
Gatlin seguía sumergido en su niebla de secretos. El roble del camino susurraba profecías que Lena ya no quería escuchar. Antes, cada hoja muerta era un mensaje cifrado; ahora solo era basura arrastrada por el viento. La magia, tan poderosa para alterar el clima o invocar fuego, no tenía hechizo que sanara el hueco de un brazo que ya no se extendía para abrazarla.
En el desván, el vestido de baile de su madre —aquel que usó la noche en que todo se desmoronó— colgaba como un espectro. Lena lo rozó al pasar. El tejido crujió, deshaciéndose entre sus dedos como arena. La eternidad de los Casters era una mentira: hasta lo inmortal se pudre cuando lo toca el abandono.
Ethan no había dejado cartas. Solo un libro de Poe con una página doblada: "Y todo mi ser se convirtió en una estrella / que flotaba en la soledad de la noche". Lena rió amarga. Él, el mortal, había entendido antes que ella que el amor no era un conjuro, sino una herida que nunca cicatriza.
La casa crujía. En el jardín, las rosas negras se marchitaban sin que Macon las regara. Amma dejaba tazas de té frías en la mesa, como ofrendas a un dios que no escuchaba. Hasta Link evitaba mirarla de frente. Gatlin entero se había convertido en un museo de ausencias, y Lena, la Natural, la más poderosa de su estirpe, no podía hacer nada.
Excepto recordar.
El olor a hierro de la sangre mezclada con tierra después de la batalla. El sabor salado de sus lágrimas cuando Ethan le dijo "elige". El sonido de su respiración entrecortada contra su cuello la última noche.
Los Casters no lloran. Pero esa tarde, Lena apretó el lápiz hasta que la madera le clavó astillas en la palma. La punta se rompió, dejando un reguero de grafito sobre la mesa, negro como el óbito que llevaba en el pecho.
Afuera, el cielo de Carolina del Sur agonizaba en tonos morados. Pronto sería noche otra vez. Pronto sería un día más sin él.
Y entonces, por primera vez, Lena Duchannes supo lo que significaba ser mortal.

¿Qué objeto cotidiano te ha hecho sentir el peso de una ausencia?
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